Un abril

Palabras de Ximena Sinchicay | Foto de Marianela Gamboa

Las nacientes del río, ahora un flujo de barro y veneno, es un recordatorio constante de la
devastación que hemos permitido. La empresa minera, con su sed insaciable de ganancias, ha
dejado una cicatriz en nuestra tierra, un daño que no puede ser reparado.

Pero ese día, mi propia ceguera se desvaneció. La indiferencia y la complacencia que me habían
acompañado durante tanto tiempo se revelaron como una forma de complicidad con la
destrucción. Me di cuenta de que el deterioro ambiental no es solo un problema ecológico, sino
un reflejo de nuestra propia condición humana.

La lucha que siguió fue intensa. Hubo momentos de rabia, de miedo, de desesperanza. Pero
también hubo momentos de unión, de solidaridad, de resistencia. Y en ese proceso, encontré
una nueva forma de ver el mundo.

La Pachamama, la madre tierra, me enseñó que no somos dueños de la naturaleza, sino parte
de ella. Que nuestra supervivencia depende de su salud y su bienestar. Y que la lucha por
defenderla no es solo una lucha por el medio ambiente, sino por nuestra propia existencia.
En ese momento, comprendí que la verdadera devastación no era solo la del río, sino la de
nuestra propia humanidad. La destrucción del medio ambiente es un espejo que refleja nuestra
propia destrucción interior. Y es ahí donde comienza la verdadera lucha: en la búsqueda de un
equilibrio entre nuestro ser y el mundo que nos rodea.

Pero la resistencia no se detiene ahí. La lucha es contra un sistema que prioriza las ganancias
sobre la vida, que sacrifíca el futuro por el presente. Es contra una política que se vende al mejor
postor, que ignora la voz de los pueblos y la sabiduría de la tierra. Es contra un tiempo que se
mide en dinero y no en años de vida.

Y es ahí donde surge la crítica de que romantizamos la lucha. Pero ¿qué significa romantizar la
lucha? ¿Es acaso un sentimiento de nostalgia por un pasado idealizado? ¿O es el reconocimiento
de la belleza y la dignidad de la resistencia? Para algunos, la lucha es un tema de moda, un
discurso vacío que se repite sin compromiso. Pero para aquellos que la vivimos, la lucha es un
sentimiento que nos atraviesa, un dolor que nos une, una rabia que nos impulsa. No es un
romanticismo vacío, sino un reconocimiento de la complejidad y la profundidad de la
experiencia humana. La lucha no es un espectáculo para ser consumido, sino una realidad que
nos toca, que nos duele, que nos hace humanos. Y es ahí donde me encuentro, en la trinchera
de la resistencia, junto a aquellos que luchan por un mundo donde la naturaleza sea respetada,
donde la justicia sea real y donde la vida sea el valor más preciado.

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